La Restauración
El Congreso de Viena de Jean Batispte Isabey (1767-1855)
La historia es caprichosa en el mundo del arte y, en ocasiones, contradictoria. A veces, son como historias de familias complejas como la del pintor Jean-Baptiste Isabey (1767-1855) que tras aprender el oficio y trabajar como miniaturista para María Antonieta entró como aprendiz de artista en 1785 con el que más tarde será el pintor de la revolución, Jacques Louis David. Mientras aprende siguiendo el estilo neoclásico, como hará François Gérard -otro de los pintores que tendrá éxito ante una creciente clientela perteneciente a la nueva aristocracia surgida de la Revolución, especialmente en el periodo napoleónico- trabaja para la Corte versallesca pintando retratos para la nobleza francesa del momento.
Pero la revolución fue como fue, y al igual que su maestro, será el retratista de los personajes de la Convención, momento en que fue una de las figuras más relevantes del panorama cultural de la capital, donde frecuentaba los salones de moda de madame Tallien, madame Récamier, madame Staël y de una viuda de nombre Josephine Beauharnais, siendo profesor de dibujo de sus hijas Hortensia y Eugenia. Es incluso el encargado de todas las grandes ceremonias revolucionarias. A él mismo le tocará años más tarde planificar los complejos ceremoniales cuando comienza a trabajar para la nueva nobleza, la napoleónica. De hecho, protegido por la emperatriz Josephine Beauharnais y el mismo Napoleón Bonaparte, Isabey, bonapartista de convicción, participa en la organización de la ceremonia de proclamación como Emperador(retratada por Jacques-Louis David) y de numerosas fiestas dadas por el emperador y su consorte Josephine.
Para completar esta ceremonia, el emperador le encargó también la realización de treinta y dos pinturas (hoy conservadas en el Louvre, París) en las que se magnificaba la coronación. En 1804 fue nombrado pintor de gabinete del emperador y luego primer pintor de cámara de la emperatriz Josephine.
También desempeñó los cargos de Maestro de Ceremonia y Relaciones Exteriores, vinculado con las actividades lúdicas de la corte. De entonces data su obra Napoleón en Malmaison (Museo Nacional de Versalles), su más celebre retrato del emperador. También trabajó la porcelana como ilustrador a partir de 1809, cuando fue llamado para trabajar en la manufactura de la porcelana de Sèvres. Trasladado para retratar a la familia del emperador en Viena durante el año 1812.
No obstante, también trabajará como retratista para el jefe del estado francés que sustituye al corso. Hablamos de una miniatura de un retrato de Luis XVIII realizada en 1814. A pesar de que Isabey reconoció a Napoleón a su regreso de Elba, continuó disfrutando de los favores de la Restauración, del rey Borbón, estando presente en el Congreso de Viena donde el ministro de Asuntos Exteriores, Talleyrand, lo nombró pintor oficial del Congreso de Viena, donde tras la derrota de Napoleón, los aliados victoriosos se reunieron en Viena, decididos a restaurar el antiguo orden. Permaneció en la capital austriaca hasta que en 1815 fecha en la que regresó a París, aunque poco después lo encontramos en Londres.
En la primavera de 1814, tras tantos años de guerra, Europa estaba exhausta. El sufrimiento había sido inmenso, los estados estaban arruinados, las economías hundidas y las familias destrozadas. Habían muerto millones de personas y muchas más habían quedado heridas de manera permanente. Pueblos enteros habían sido borrados del mapa; las tierras estaban devastadas, las leyes habían dejado de cumplirse y se habían cometido atrocidades a gran escala.
El ministro de asuntos exteriores austriaco, Klemens von Metternich, que defendía el principio de legitimación, restauró a los Borbones en Francia, aseguró la hegemonía de los Habsburgo en las zonas de habla alemana e italiana de Europa central y forjó un acuerdo general para vigilar el continente contra cualquier alteración revolucionaria.
Metternich trató de ayudar al monarca absolutista español Fernando VII en sus pretensiones de recuperar sus dominios americanos, pero tuvo que enfrentarse a la resistencia de los ingleses, que apoyaban a los insurgentes en la América española. No obstante, su autoritaria actuación sólo fue una acción de contención.
Las ideas revolucionarias europeas siguieron actuando en la sombra, conspirando con la ayuda del auge de la industrialización y una población en rápido crecimiento para impedir cualquier intento de vuelta atrás.
Congreso de Viena
El Congreso de Viena fue una conferencia internacional convocada, según los acuerdos adoptados mediante el Tratado de París del 30 de mayo de 1814, con el objeto de restablecer las fronteras territoriales de Europa una vez concluidas las Guerras Napoleónicas con la abdicación de Napoleón I Bonaparte.
La reunión se celebró en la capital imperial desde el 1 de noviembre de 1814 hasta el 8 de junio de 1815 , y los pactos a los que se llegó tuvieron una vigencia casi inamovible en los territorios orientales y centrales europeos hasta el final de la I Guerra Mundial, en 1918, aunque alrededor de 1871 hubo una modificación territorial vinculado con el proceso unificador alemán e italiano .
El Congreso de Viena, como relata la Catedrática de Política Internacional de la Universidad Complutense, en un libro titulado El Congreso de Viena , 1814-1815, publicado por la Editorial Catarata, Rosario de la Torre del Río, fue también "el gozoso rito de un punto y final, de una clausura; la gran celebración monárquica y aristocrática del final de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas".
Y añade "Dos emperadores, cuatro reyes, 11 príncipes reinantes, unas 215 cabezas de familias principescas, sus consortes, cerca de 300 nutridas delegaciones oficiales y un extenso número de emisarios no invitados; todos ellos acompañados de numerosos ministros, consejeros, familiares y sirvientes, a los que hay que añadir periodistas, espías, hombres de negocios, aventureros, y prostitutas, así como los muchos turistas que decidieron pasar por Viena para disfrutar del espectáculo.
La ciudad austríaca que tenía una población de unos 250.000 habitantes, sumó en esos días unos 70.000 extranjeros.
Viena con sus magníficos palacios aristocráticos disfrutaba de una importante vida social y cultural en sus salones de baile, escuelas de equitación, teatros y salas de óperas privadas en los espacios de la ciudad antigua.
"Aunque la monarquía de los Habsburgo había quedado debilitada por tantos años de guerra, el emperador de Austria y Metternich quisieron demostrar la fuerza de los Habsburgo asumiendo unos gastos impresionantes, ya que, aunque en principio se pensó que el Congreso duraría unas cuatro semanas, la reunión se extendería a lo largo de ocho meses y medio. Los principales soberanos —el zar de Rusia y los reyes de Prusia, Dinamarca, Baviera y Württenberg, y sus esposas— fueron recibidos como invitados del emperador en el Hofburg, el antiguo palacio de los Habsburgo en el corazón de Viena. Cada noche, un gran banquete con 40 o 50 grandes mesas se prepararía para ellos y 300 carruajes y 1.400 caballos fueron puestos a su disposición junto con los sirvientes perfectamente ataviados que todo eso requería"
Metternich ofreció igualmente cenas para centenares de personas todos los lunes en la Cancillería tanto por él como por el emperador Francisco quien tenía un Comité de Fiestas. Prácticamente todos los días hubo paradas militares, partidas de caza, cenas, bailes, conciertos u óperas.
Te todo ello se encargó el pintor francés Jean-Baptiste Isabey (1767-1855), pintor “oficioso” del Congreso, reconstruían escenas históricas y mitológicas, aunque también de funerales como el del anciano príncipe de Ligne, o una sombría ceremonia religiosa en la catedral de San Esteban, el 21 de enero, por Luis XVI de Francia en el aniversario de su ejecución.
La música jugó un importante papel. Destaca la presencia de Ludwig van Beethoven (1770-1827), que dirigió personalmente sus sinfonías tanto con ocasión del regreso a Viena de Francisco I y de Metternich como en varias noches de gala.
Durante el Congreso, Beethoven presentó la versión definitiva de su Fidelio, para dirigir más tarde su Victoria de Wellington. El 24 de noviembre estrenó, a mayor gloria del Congreso, El momento glorioso, una cantata patriótica para cuatro voces, coro y orquesta. El 29 de noviembre dirigió su Séptima Sinfonía ante 6.000 espectadores o dedicó a la zarina una cantata. Más tarde, presentó su Canto elegiaco para voz y cuarteto de cuerda y su sonata 27 para piano. Sin duda, aquel fue un año maravilloso para Beethoven.
Caricatura satírica que representa a los protagonistas clave en un baile en el Congreso de Viena en 1815.
Junto a Beethoven el vals se impuso definitivamente a lo largo del Congreso en detrimento de las viejas danzas cortesanas. Fue un grandísimo éxito. Hasta Castlereagh y su esposa tomaron clases de vals en su residencia para no hacer mal papel en los salones. Por supuesto, en el Congreso se bailaron también mazurcas polacas, galop húngaras y polkas bohemias.
Como señala Rosario de la Torre "Para absorber a la inmensa cantidad de invitados al Congreso, los salones jugarían un papel fundamental. Fueron cenas y soirées relativamente íntimas y, desde luego, más importantes políticamente hablando que las oficiales, en torno a las figuras destacadas de la sociedad vienesa. La princesa Metternich (Eleonora von Kaunitz) recibía los lunes; la princesa Trautmansdorf (esposa del gran edecán del emperador), los jueves, y la condesa Julia Zichy (esposa del embajador austriaco en Berlín y cuñada del ministro del Interior), los sábados. Los monarcas y los ministros se podían encontrar en los saloncitos privados de las princesas Esterhazy, Thurn y Taxis, Fürstenberg y de madame Fuchs. Talleyrand, en el palacio Kaunitz, recibía por las mañanas mientras le lavaban, peinaban y vestían; por las tardes, su sobrina Dorotea de Curlandia (1793-1862), 20 años, hija de una de las mujeres más ricas de Europa, esposa de su sobrino, el conde Edmond de Périgord (1787-1882), atraía a los poderosos con el brillo de su belleza y de su inteligencia; por las noches, el político francés trabajaba en su dormitorio mientras escuchaba la música que interpretaba al piano su músico personal. Fueron especialmente importantes, por razones distintas, los salones —y los dormitorios— de dos mujeres de gran belleza e inteligencia que compitieron entre ellas alojadas en un mismo palacio, el Palm, a pocos pasos de la Cancillería, con un único patio de entrada y dos escaleras distintas: Guillermina, duquesa de Sagan (1781-1839), y Catalina, princesa de Bragation (1783-1857); las dos ofrecieron facilidades para encuentros diplomáticos informales, especialmente entre los aliados y Talleyrand; las dos tuvieron, antes y durante el Congreso, relaciones peligrosamente íntimas con Alejandro y con Metternich, que las frecuentaban casi a diario. Guillermina de Sagan tenía 32 años, conocía muy bien la alta sociedad vienesa, tenía excelentes relaciones con Alejandro de Rusia y con Federico-Guillermo de Prusia y, hermana de Dorotea de Curlandia, era prácticamente de la familia de Talleyrand; además, fue amante de un Metternich completamente entregado a ella por entonces. Catalina Bragation tenía 29 años, venía de una familia de la más alta sociedad rusa y era viuda de un general muerto en la campaña de 1812; poco después de casarse había abandonado a su marido y se había instalado en Viena, donde se le conocieron numerosos amantes, entre los que se encontraba Metternich, con el que se supone que tuvo a la hija que llamó Clementina.
Su “trono social” en Viena era indiscutible y parece que no estuvo dispuesta a compartirlo con Guillermina que, precisamente en los meses de octubre-noviembre de 1814, justo en el momento en que el problema polaco-sajón enfrentaba directamente a Metternich con Alejandro, decidió romper con el ministro austriaco y acercarse al zar ruso, lo que sumió a Metternich en una dolorosísima crisis personal que, según las fuentes (Gentz y Talleyrand), le hizo desatender su trabajo, dando a su enfrentamiento político con Alejandro una dimensión de rivalidad de egos masculinos que en nada benefició a la solución del problema. En cualquier caso, conviene no dejarse engañar por la famosa frase del príncipe de Ligne: “El Congreso no marcha, danza” (...)
No obstante, los políticos y los diplomáticos de las cinco grandes potencias, de las tres potencias medianas y de los distintos estados que participaron en los numerosos comités, así como los funcionarios a las órdenes de Metternich, trabajaron intensamente, incluso en medio de las fiestas. Pero como, por supuesto, sus negociaciones fueron secretas, los periodistas y cronistas tuvieron que conformarse con lo público y con las filtraciones.
Los austriacos, que ya tenían una de las redes de policía política más eficiente de Europa, la reorganizaron y la pusieron a punto para actuar durante el Congreso. Bajo la eficiente dirección del barón Franz Hager, toda carta que llegaba a Viena por correo era abierta, leída y vuelta a sellar, y su contenido recogido y ordenado. Numerosísimos vieneses de toda clase social y condición fueron reclutados y pagados por la policía para que tuvieran los ojos bien abiertos e informasen de lo visto de manera detallada. Todos los días, por la mañana, las revelaciones más interesantes a juicio de Hager eran entregadas al emperador y a Metternich.
Posiblemente al margen de todo estaba nuestro representante, el español Pedro Gómez Labrador, marqués de Labrador que como diplomático y aristócrata español que representó al Reino de España en el Congreso de Viena (1814-1815) posiblemente se lo pasara el grande, al margen de los decidido por los representantes de todas las potencias europeas, excepto del Imperio otomano, acudieron al Congreso, que se interrumpió brevemente a partir de que en febrero de 1815 Napoleón huyera de su exilio en la isla mediterránea de Elba.
El más destacado de los monarcas asistentes fue el zar de Rusia Alejandro I, que defendió junto a su Ministro de Asuntos Exteriores, causas tan impopulares para el resto de los reunidos como la unificación de los estados alemanes y la implantación de un gobierno constitucional en Polonia. Pero también contó el Congreso con la presencia del emperador de Austria, Francisco I (que había sido el último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Francisco II), aunque el peso lo lleva su Canciller, el príncipe Klemens Metternich, el ministro austriaco de Asuntos Exteriores, que presidió la conferencia, que será el principal diplomático a escala continental entre 1815 y 1848. También participa el rey de Prusia, Federico Guillermo III, que estuvo acompañado por el Príncipe Karl August von Hardenberg, y su canciller, el diplomático y erudito Wilhelm von Humboldt.
Aunque las principales potencias —Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria— habían decidido que Francia, España y las potencias de segundo orden no intervinieran en ninguna de las principales decisiones.
Retrato de Madame de Talleyrand por Jean Batipste Isabey (1821)
Junto a él destaca igualmente el diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, que actuaba en representación de Luis XVIII (el monarca francés restaurado en el trono en 1814) que consiguió que Francia tomara parte en las deliberaciones en igualdad de condiciones.
Por parte de Gran Bretaña destacó la representación de su ministro de Asuntos Exteriores, Robert Stewart, vizconde Castlereagh, y por el general Arthur Colley Wellesley, duque de Wellington, a partir de febrero de 1815 aunque en las últimas semanas iría a luchar contra Napoleón, y dejaría su puesto al Conde de Clancarty .
Cinco monarcas europeos están sentados alrededor de la mesa jugándose a las cartas el destino de los territorios europeos. Napoleón interrumpe el juego, dando una palmada en la espalda a Luis XVIII y ofreciéndose a sustituirle en la mesa de juego. Esta caricatura fue publicada poco antes de la Batalla de Waterloo, cuando Napoleón había regresado a París y había restablecido el Imperio (Imperio de los Cien Días).
El objetivo de la conferencia fue buscar y afirmar un equilibrio entre las naciones de Europa que habían perdido sus territorios a manos de Francia durante la época napoleónica. Además fueron adoptadas políticas e instrumentos de acción buscando , en el primer caso, las restauraciones legítimas y compensaciones territoriales y en el segundo, establecer un instrumento de acción como la Santa Alianza, que no dejará de ser una alianza política-militar donde se reunía ejércitos monárquicos dispuestos a intervenir en cualquier situación que amenaza a los monarcas absolutistas, incluyeron la posibilidad de intervenir en la independencia de América. Contra esto fue creada la "Doctrina Monroe" (América para los americanos ).
LE GÂTEAU DES ROIS (LA TARTA DE LOS REYES), Junio 1815Cinco monarcas europeos se disputan el mapa de Europa, mientras Napoleón corta un trozo de Francia y Talleyrand se esconde bajo la mesa con un retrato de Luis XVIII.
Todo ello se aplicaría en base a tres principios, el de legitimidad, el de intervención y el de equilibrio.
El principio de legitimidad fue defendido sobre todo por Talleyrand a partir del cual se consideraban legítimo a los gobernantes y a las fronteras que existían antes de la Revolución Francesa. Atendía a los intereses de los Estados vencedores en la guerra contra Napoleón Bonaparte, pero al mismo tiempo , buscaba salvaguardar las pérdidas territoriales de Francia , así como las intervenciones extranjeras. Los representantes de los gobiernos más reaccionarios creían que así se podría restablecer el Antiguo Régimen y bloquear el avance liberal . Sin embargo , el acuerdo no se respetó , ya que los cuatro potencias del Congreso de Viena trataron de obtener algunas ventajas a la hora de diseñar la nueva organización geopolítica de Europa.
LA RESTITUCIÓN O A CADA UNO LO SUYO (1814)Ésta es una imagen satírica de la restauración en Europa: ocho monarcas europeos están desmontando el mapa de Europa y reordenándolo, mientras varios oficiales del ex- Imperio Napoleónico salen por la puerta de atrás. Los monarcas representados son:
El principio de restauración que era una gran preocupación por parte de las monarquías absolutistas, puesto que esto colocaría a Europa en la misma situación política que existía antes de la Revolución Francesa con una vuelta al absolutismo y una negativa al retorno del régimen republicano , que se vinculaba a la idea de poner fin a los privilegios reales e instituyó el derecho legítimo de propiedad a los burgueses. Los gobiernos absolutos defendieron la intervención militar en los reinos en los que hubiese amenaza de revueltas liberales .
El principio de equilibrio, que defendía que la organización equilibrada de los poderes económicos y políticos de Europa había de volver a 1789 dividiendo territorios como la Confederación Alemana que fue dividida en 39 estados con Prusia y Austria como líderes, y anexando territorios a los países adyacentes de Francia, como el caso de Bélgica que se anexada a Países Bajos, para hallar un equilibrio de poderes en la Europa del siglo XIX.
Desde la perspectiva de la idea de equilibrio de poder, se creía que el fenómeno sólo había sido posible por Napoleón, gracias a que Francia había acumulado tal cantidad de recursos materiales y humanos que, junto con su capacidad política y militar , llevaron todo el período de la guerra. Por lo cual ningún otro Napoleón se atrevería a retar a su vecino, a sabiendas de que este contaría con los mismos recursos.
Como resultado de las negociaciones sostenidas en el Congreso, cambiará en gran medida el mapa de Europa.
Francia perdió todos los territorios conquistados por Napoleón
- Bélgica integró en un nuevo reino, el de los Países Bajos, gobernado por la dinastía Orange y con Guillermo I como primer titular;
- Noruega y Suecia permanecieron unidas bajo la corona de Carlos XIII;
- Se garantizó la independencia y neutralidad de los cantones suizos, reorganizados en el marco de una Confederación Helvética.
Rusia recibió la mayor parte del suprimido gran ducado de Varsovia, convertido en reino de Polonia, con Alejandro I como monarca así como Finlandia (en detrimento de Suecia, a Suecia se le compensa con Noruega) y la región de Besarabia.
Prusia no consiguió todos sus objetivos pero obtuvo partes de las provincias del Rhin como eñl extinto Reino de Westfalia, Renania, y la orilla izquierda del Rin, además recibió la Prusia Occidental, Posen (en la actualidad la provincia polaca de Poznań), la mitad norte de Sajonia.;
Hannover consiguió nuevos territorios y pasó a ser un reino;
Al Imperio Austriaco se le restituyeron la mayoría de las zonas que había perdido frente a Napoleón y se le concedieron otras nuevas en territorio bávaro (Tirol y Salzburgo) e italiano (Lombardía y el Véneto) para compensar la privación de los Países Bajos austriacos. La antigua región veneciana de Dalmacia (en la actualidad, Croacia) también pasó a manos de Austria.La Casa de Habsburgo reforzó su autoridad y el Imperio de Austria recuperó sus posesiones en los Balcanes, así como el Tirol. Nuevos fueron los territorios de Lombardía, Véneto, y Dalmacia.
Gran Bretaña se anexionó la Colonia de El Cabo en Suráfrica, Ceilán (en la actualidad Sri Lanka), isla Mauricio, Helgoland, Malta, las islas Jónicas, Trinidad y Tobago y la Guayana.
El reino de Piamonte-Cerdeña recuperó el condado de Niza y Saboya y recibió Génova.
En Nápoles, Fernando I de Borbón fue restaurado en el trono del reino de las Dos Sicilias, y los ducados de Parma, Plasencia (Piacenza) y Guastalla le fueron otorgados a la esposa de Napoleón, la archiduquesa de Austria María Luisa de Habsburgo-Lorena (hija del emperador austriaco Francisco I.
La comisión territorial que se reunió en Frankfurt del Main decidió en 1819 la creación de la Confederación Germánica, una unión de 39 estados soberanos —entre ellos Prusia— presidida por el Imperio Austriaco.
Aunque el rey de España Fernando VII tuvo cierto apoyo de carácter moral, no consiguió que las potencias reunidas en Viena le ayudaran en sus deseos de recuperar los dominios españoles en América, entonces en proceso de independencia. De hecho se considera que el Congreso de Viena significó para España su pérdida de condición de “gran potencia”. Nuestro país no solo no estuvo entre las grandes potencias que diseñaron el nuevo sistema internacional, sino que, además, la idea de que España padeció una “degradación internacional” en torno al Congreso de Viena se nos presenta como un lugar común, tanto entre los contemporáneos que vivieron los hechos como entre los publicistas e historiadores de los siglos XIX y XX.
El Congreso tomó la importante decisión de condenar el comercio de esclavos y permitió la libre navegación sobre los ríos que atravesaban varios estados o representaban una frontera interestatal. Su principal logro fue el restablecimiento del equilibrio de poder entre las potencias europeas en base a tres principios ya vistos: el de legitimidad, el de restauración y el de equilibrio.
No obstante, la paz sólo se consiguió mediante el establecimiento del absolutismo como principio básico de la política internacional, impuesto desde la organización de la Santa Alianza, que a partir de septiembre de 1815 y mediante periódicos congresos eliminó todas aquellas manifestaciones que pudieran suponer la implantación en Europa de regímenes liberales o la independencia nacional de aquellos pueblos integrados en las potencias hegemónicas.
La Santa Alianza fue el nombre que recibió el pacto concluido por los soberanos europeos que acordaron defender los principios del cristianismo, conforme a un tratado elaborado por el zar ruso Alejandro I que se firmó en París el 26 de septiembre de 1815, y cuyos signatarios iniciales fueron Francisco I, emperador de Austria (y último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico bajo la denominación de Francisco II), Federico Guillermo III, rey de Prusia, y el propio Zar.
El acuerdo fue adoptado tres meses después de la finalización del Congreso de Viena (1814-1815) y todos los gobernantes europeos acabaron suscribiéndolo, con la excepción del príncipe regente de Gran Bretaña (el futuro rey Jorge IV), el papa Pío VII y el sultán otomano Mahmud II (a estos dos últimos no se les invitó a unirse a la Alianza).
La importancia de este convenio residió en su valor como símbolo del absolutismo. Los monarcas autocráticos invocaron el derecho de intervención sancionado por la Santa Alianza para mantener el statu quo en Europa. Muchas sublevaciones democráticas y nacionalistas que ocurrieron a mediados del siglo XIX fueron sofocadas en nombre de la Santa Alianza.
En España, el gobierno constituido en 1820 y que dio inicio al llamado Trienio Liberal sufrió la intervención de la Santa Alianza, acordada en el Congreso de Verona reunido desde octubre hasta noviembre de 1822, a raíz de la cual los denominados Cien Mil Hijos de San Luis pusieron fin al año siguiente a este periodo constitucional y posibilitaron el regreso de la política absolutista del rey Fernando VII.
Retrato de Luis XVIII de Jean Baptiste Isabey (1821)
Volviendo a Isabey, pintor del Congreso de Viena, instrumento de la Restauración, desde Londres se desplaza a París en 1820 para ser nombrado por Luis XVIII pintor de cámara y encargado de espectáculos, cargos que ya había desempeñado para la Casa Real.
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